viernes, 4 de enero de 2013

Papa Noel a la hoguera: la inmortalidad de regalo

Las celebraciones de la Navidad en Francia, en 1951, fueron marcadas por una polémica que se propagó a la prensa y a la opinión pública. Los religiosos denunciaban una “paganización” preocupante de la fiesta de la Natividad. El domingo 24 de Diciembre, a las tres de la tarde, el desdichado hombre de barba blanca, Papa Noel, pagó una falta de la que eran culpables los que iban a aplaudir su ejecución. El fuego que se le preparó en una gran hoguera, en el atrio de una Iglesia, abrasó su barba y se fue desvaneciendo en el humo.

"En verdad, la mentira no puede despertar en el niño el sentimiento religioso y de ningún modo es un método educativo. Que otros digan y escriban lo que les parezca y hagan de Papá Noel el contrapeso del Coco. Para nosotros, los cristianos, la fiesta de Navidad debe seguir siendo la conmemoración del nacimiento del Salvador." anunciaban.

En realidad, la Iglesia no se equivocaba en absoluto cuando denunciaba la creencia en Papá Noel como el bastión más sólido y uno de los focos más activos del paganismo en el hombre moderno. Pero ponían el foco en otra parte: de lo que se trata no es de justificar las razones por las que Papá Noel agrada a los niños, sino las que llevaron a los adultos a inventarlo.

Como bien se sabe, este personaje y otros tantos análogos por todo el mundo (cada vez más esparcidos) son en realidad un invento moderno. Ya no preocupa tanto su caracter pagano, sino su estrecha relación con el consumismo. Cuando se elude a su historia pasada, casi que se hace con una cierta melancolía, como si ya por ser parte del pasado sus orígenes fueran más creíbles y puros que los tiempos actuales. Pero no hay que olvidar que tanto Papá Noel como las otras figuras  malvadas del pasado, como el Croquemitaine (el Coco), el Père Fouettard (“Papá Fuete” que castiga a los niños que se portan mal), el Jubelok escandinavo (demonio cornudo del mundo subterráneo que llevaba regalos a los niños), el dios Odín (de la sabiduría, la guerra y la muerte) o el origen que más se cita de Papá Noel, Saturno y las Saturnales romanas, todos ellos fueron también inventos de su época.

No hace falta remitirse a los orígenes de este personaje para encontrar personajes parecidos en otras culturas: las Katchina de los indios del suroeste de los Estados Unidos son personajes disfrazados y enmascarados que encarnan dioses y ancestros y que regresan periódicamente a sus aldeas para bailar y para premiar o castigar a los niños, quienes no reconocen bajo el disfraz tradicional a sus padres o familiares. Este mito explica que las katchina son las almas de los primeros niños indígenas, trágicamente ahogados en un río en la época de las migraciones ancestrales. Cuando los ancestros de los indios se establecieron en sus aldeas, las Katchina venían cada año a visitarlos y, cuando se iban, se llevaban a los niños. Los indígenas, desesperados por la pérdida de su progenitura, pactaron con las Katchina que se quedaran en el más allá, a cambio de la promesa de representarlas cada año con máscaras y danzas.

Curiosamente, las Saturnales eran la fiesta de los larvae, es decir, de los muertos por violencia o abandonados sin sepultura. De hecho, tenemos innumerables testimonios de los mundos escandinavo y eslavo, que revelan el carácter de la cena de Navidad como una comida ofrecida a los muertos, donde los invitados hacen el papel de muertos; los niños, el de ángeles; y los ángeles, el de muertos.

Hoy, Papá Noel y los otros personajes de la Navidad siguen teniendo estas dos funciones: hace de puente entre la infancia y la adultez y entre la vida y la muerte. En cuanto a la primera función, ayuda a los mayores a mantener a los menores en el orden y la obediencia (como el Coco y otros personajes análogos). Durante todo el año invocamos la visita de Papá Noel para recordarles a los niños que su generosidad dependerá del buen comportamiento que demuestren. Pero realmente, ¿de dónde viene la idea de que los niños tienen ese derecho de recibir bienes materiales?

Y es que, más profundamente, Papa Noel hace de puente entre los muertos y vivos.
En tiempos pasados, la muerte era algo más cercana, sobre todo para las personas débiles (niños y ancianos) y en el duro invierno, y es por eso también que en su solsticio se le rendía culto al sol en esta época de encrucijadas. En realidad, la Navidad es, como dice Levi Strauss "una fiesta esencialmente moderna" que transforma y substituye con su conmemoración a las fiestas paganas que se desarrollaban en esta época del año. 
Pero ahondando más en las razones, cabe preguntarse por qué seguimos mirando desdeñosamente a la muerte, si parece que hoy en día la tenemos más "controlada".

"Hoy, otra actitud frente a la muerte va progresando entre nuestros contemporáneos, actitud tal vez no hecha del temor tradicional a los espíritus y a los fantasmas, sino de todo lo que la muerte representa en sí y también en la vida en cuanto a empobrecimiento, sequía y privación." argumenta el antropólogo Levi-Strauss, profetizando en 1952 el mundo actual.Y en el libro Tristes trópicos, repite:

"No es sólo para burlar a nuestros niños que nos entretenemos con la creencia de Papá Noel: su fervor nos reconforta, nos ayuda a autoengañarnos y a creer que, ya que ellos creen en él, un mundo de generosidad sin contrapartes no es absolutamente incompatible con la realidad. Y sin embargo, los hombres mueren: jamás volverán; y todo orden social se aproxima a la muerte: se apodera de algo contra lo cual no da equivalente."

Pero lo que quizás Levi-Strauss no se podía imaginar, es hasta qué grado Papa Noel, con su máscara de bonachón, iba a ser títere del mayor chantaje de la globalización mercantil, la inmortalidad que ya no se vende en elixir, sino a través de:  


 
... sus instrumentos de belleza: El hecho de controlar el cuerpo es también una manera de controlar el mundo que se nos escapa. Somos ingenieros de nuestro propio cuerpo y la gente que no trabaja su cuerpo es señalada. El capitalismo oculta, margina, silencia y criminaliza el cuerpo: oculta a los muertos, a los ancianos, a las personas con discapacidad, a los obesos, o los cuerpos en los que el paso del tiempo está dejando huellas visibles.


...sus aparatos que bombardean y producen imágenes: La sobresaturación de informaciones e imágenes que cada día aporta su cuota de muertes, que la convierten en anónimas y lejanas, en interés estadístico o anecdótico. Además, el sentimiento de que hay que pasar a través de la imagen para existir y ser inmortal (cámaras digitales, videos, reality shows...) 


... sus instrumentos de comunicación: El móvil que nos hace ser omnipresentes, o esta idea de “subir” la mente a Internet (o tu vida en facebook). Es una voluntad de escaparse del cuerpo, de lo que es mortal, el cuerpo como vestigio de una humanidad obsoleta y deplorable que hay que preocuparse por eliminarlo. A partir de ahora simplemente ya no es Dios o un elíxir quien va a darnos la coartada de la eternidad, sino la tecnología.


... sus intrumentos de deporte de masas, el ideal de cuerpo glorioso, el cuerpo del atleta de rendimiento inimaginable pero que, en realidad, es el más medicado. El cuerpo objeto por excelencia, no por su supervivencia ni por la de los demás, sino por la ilusión compartida de eludir la gravedad y la tierra, es decir, el cuerpo en sí. Ser legendario, ser inmortal.

... sus instrumentos para el hogar. Para una casa escaparate. Al igual que el cuerpo, también somos ingenieros de nuestra casa. El cambio se erige como valor supremo: grandes ventanales y paneles translúcidos, muebles multifuncionales, miles de elementos decorativos  (olores, música, luces, diseños…) y en el centro: la televisión. Como todos los espacios de la sociedad de consumo, ya está todo hecho, prefabricado, no hay conexión entre la casa y el habitante, no hay lugar para ti. El capitalismo nos ha ido despojando de nuestra intimidad: nos ha dejado sin protección, nos ha quitado el techo, nos ha dejado expuestos. Ahora estamos sometidos enteramente al poder, somos acoplables a cualesquiera de sus terminales de producción y consumo. 

 
... y sus miles de juguetes. Juguetes para los niños y los adultos. Prefabricados, con un solo uso, donde tampoco cabes tú ni tu imaginación. Muñecas (siempre para niñas) y sofisticados automóviles (siempre para niños) donde no hay nada que inventar porque el objeto constituye un fin en si mismo. Donde mejor se conoce al capitalismo no es donde se hace sufrir a los seres humanos, sino el lugar donde nos divertimos, donde sentimos placer. Divertirnos es sacarnos de la realidad, de la mortalidad, llevarnos a otro sitio: viajes organizados , centros comerciales, tecnología virtual. Cualquier juguete para que no estés contigo.




Fuentes:

“Por una sociología de la vida cotidiana” Jesús Ibáñez.
"El naufragio del hombre" Santiago Alba Rico, Carlos Alba Rico.
"Los niños del desierto" Moussa Ag Assarid.
"Hacia una antropología de los mundos contemporáneos" Marc Augé.
¿Por qué vivimos?  Marc Augé.
www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/art_revistas/pr.4717/pr.4717.pdf 
http://www.tendencias21.net/David-Le-Breton-El-sentido-del-cuerpo_a69.html
http://www.revistas.unal.edu.co/index.php/maguare/article/viewFile/15285/16079
    

1 comentario:

Fernando dijo...

La sobresaturación de imágenes, información (en un sentido tal vez demasiado amplio del término) y de herramientas de comunicación, más que a nuestra libertad, parecen contribuir a nuestra sumisión. El que la gente se sienta obligada a ponerse al día con su cuenta de Facebook no recuerda a una imagen ideal del libre albedrío. Se diría que tejemos una tela de araña a nuestro alrededor y, sin darnos cuenta, entregamos nuetro tiempo y, en cierto sentido, nuestra libertad a todos esos elementos que integramos en nuestra cotidianidad.

Tal vez el problema no sea la herramienta sino el uso que se hace de ella. ¿Qué esta viciado, la herramienta o el usuario de la misma? Quizá ninguna, o quizá ambas.