miércoles, 28 de septiembre de 2011

Minik: un inuit en Nueva York.

"Muchas personas se dicen de pronto pensando en los esquimales: “Pobrecillos… ¿no sería una buena idea llevárselos de su espantosa tierra a un lugar más agradable?”… “No lo quiera Dios…” es mi respuesta inmediata."
Robert Peary, explorador del Ártico, 1898.

 “Sois una raza de científicos criminales. Sé que nunca conseguiré que el museo entregue los restos mortales de mi padre. Me alegra bastante largarme antes de que me saquen los sesos y me los metan en un tarro”
Minik, inuit, 1909.

La historia de Minik es sórdida y desgarradora. Y hay centenares de Miniks en el mundo. El colonialismo nunca es inocente.

Franz Boas, antropólogo, escribió a Robert Peary, investigador del Ártico en 1897:
“Permítale sugerirle que si está seguro de regresar a Groenlandia septentrional el próximo verano sería de extraordinario valor que trajera un esquimal de mediana edad que pueda pasar aquí el invierno. Esto nos permitirá obtener sin prisa cierta información de la máxima importancia científica”

Tras un viaje especialmente infructuoso, Peary decidió disimular el fracaso con una contribución a la ciencia, necesitaba volver con algún trofeo del Ártico. En el norte de Groenlandia había una tribu que usaba objetos de hierro que sacaban de tres meteoritos caídos en su territorio. Naturalmente, los veneraban como algo sagrado. Les llamaban el Perro, la Mujer y la Tienda. 

Según cuenta una leyenda, un grupo de Inughuit habían separado la cabeza de la mujer para llevársela a su campamento de invierno. Después de atarla al trineo, iniciaron el regreso. Era finales de primavera y el hielo empezaba a romperse.  A consecuencia del peso que soportaba el trineo, la banquisa de hielo cedió. Fue el castigo de la mujer de hierro a aquellos cazadores. Desde aquel momento, se impuso una maldición entre los Inughuit porque nadie debía coger más hierro que el que necesitaban.

Pese a la resistencia de los inuits, Peary se llevó los tres pedruscos, que vendería a la Smithsonian Institution de Washington por 40.000 dólares. También le vendió al Museo de Historia Natural de Nueva York varios esqueletos de inuits, que había sacado de sus tumbas, e incluso seis “ejemplares” vivos, seis inuits. Eran cuatro adultos y dos niños.

“Ay, recuerdo perfectamente el día que vimos por primera vez las casas grandes y a tanta gente y oímos las bocinas de los coches. Era como creíamos que tenía que ser el paraíso” recuerda más tarde Minik, el más pequeño de los inuit que llegaron a bordo de ese barco. 

Pero ni Peary ni Boas habían dispuesto nada para acomodarlos. Los instalaron en el sótano del museo de Historia Natural de Nueva York, pero ni siquiera ahí estaban a salvo de las miradas curiosas. Muchos se disgustaron al saber que no estaban de exposición.y tuvieron que conformarse con mirarles por una rejilla. Los Inuit no sabían que era más agobiante, si el calor o los curiosos, pero procuraron soportar lo primero y ser amables con los segundos. Especialmente amables con las americanas. Insistieron en su derecho a proponer un intercambio de esposas. La primera vez que vieron a una mujer blanca presentada por un hombre blanco, preguntaron “¿Cuál de los dos es la mujer?

Pero no tardaron en enfermar, primero con un catarro y después con neumonía. Los periodistas no comprendieron la gravedad del asunto y escribieron: “Una de las formas más graciosas del espectáculo consistía en demostrar como intentan hacer desaparecer la enfermedad, frotándose los costados y entonando una canción de cuna” Sin embargo, no se trataba de una exhibición. Antes de un año habían muerto de neumonía o tuberculosis todos menos un chico llamado Uisaakassak (que volvió a Groenlandia) y un niño, Minik, quien vió como moría su padre.

“Él era lo que más amaba en el mundo, sobre todo cuando nos llevaron a Nueva York, extraños en un país extraño.
Ya podéis imaginar cómo nos unió eso; cómo nuestra enfermedad y nuestro sufrimiento y el no entender todas las cosas extrañas que nos rodeaban nos hacía quedarnos sentados esperando temblorosos nuestro turno, cada vez más tristes y más solos, lejos de casa, sin esperanza. El horror de saber que la muerte nos acecha muy de cerca y que uno se iría primero y dejaría al otro completamente solo, espantosamente solo, sin nadie. Y además mi padre sufría espantosamente por la enfermedad. Tenía el cuello hinchado por la tuberculosis y le dolía tanto el pecho que no podía descansar. Casi se ahogaba por la noche, lloraba por su hogar, por su familia, por sus amigos y por mi. Yo me tapé la cabeza con la almohada y lloré desconsolado. Intentaron sacarme de la habitación y mi padre lo vió y comprendió lo que pasaba. Me llamó y corrí a sus brazos. “El espíritu de padre siempre estará con Minik”, me dijo con gran dificultad. Sé que mi padre se estaba muriendo entonces, pero creo que la congoja le partía el corazón y que eso acabó con él. Yo también me sentí destrozado. ¿Aquel día triste, largo y solitario!”

Cuando falleció el padre de Minik, los directivos del Museo metieron un tronco en el ataúd y, después de hacer una falsa ceremonia para Minik, entregaron el cuerpo a los antropólogos, que tras estudiarlo lo descarnaron, y terminaron por exhibir el esqueleto del inuit en una sala. Franz Boas, antropólogo, no sólo confirmó la historia, sino que la defendió, alegando que era muy razonable evitarles cualquier disgusto o preocupación a los demás inuit, y que el museo tenía tanto derecho al mismo como cualquiera otra institución autorizada.
En cuanto a los demás, cuando murieron, describieron minuciosamente sus cerebros en informes y examinaron sus restos óseos.

Un conserje llamado Wallace se apiadó del pobre Minik y lo adoptó. Durante algún tiempo el niño inuit encontró el calor de un hogar, pero Wallace cometió un desfalco en el Museo y fue encarcelado, con lo que Minik quedó desamparado. Fue entonces cuando Minik se enteró de lo que habían hecho con su padre, y el muchacho comenzó una lucha por recuperar sus restos.

“Un día me encontré de pronto cara a cara con él. Sentí que me moría allí mismo. Me arrojé al pie de la vitrina, llorando. Juré que no descansaría hasta que diera sepultura a mi padre.”

En aquellos tiempos un indígena no tenía nada que hacer frente a una poderosa institución cultural, y el esqueleto del padre siguió en el museo. Desesperado y sin recursos, Minik recurrió a Peary para que le llevase a su tierra de vuelta, como había prometido, pero el explorador, que estaba a punto de emprender un nuevo viaje, le contestó que no tenía sitio en el barco. “Encontró usted espacio suficiente para traerme aquí. ¿Por qué no puede llevarme ahora?” Le espetó Minik.

Un periódico comentaba “La apurada situación de este pobre esquimal es de lo más patético. Lo trajeron aquí desde Groenlandia en beneficio de la ciencia. Y una vez cumplido su cometido, los científicos americanos lo abandonaron. Es probable que no exista un caso igual en todo el mundo. Sería difícil imaginar una situación de exilio más desesperada” “Ni carne ni pescado, ni un sencillo esquimal, ni un complejo yanqui, y estaba más solo que nunca”

En 1909, después del fracaso desesperado de intentar ir por su cuenta a su casa desde Terranova, terminaron por llevarle a Groenlandia por el simple hecho de quitarse un problema de encima, el de su lucha por conseguir los huesos de su padre.

“Sois una raza de científicos criminales. Sé que nunca conseguiré que el museo entregue los restos mortales de mi padre. Me alegra bastante largarme antes de que me saquen los sesos y me los metan en un tarro”

Por increíble que parezca, alguien había sugerido que debía donar el cerebro a la ciencia con fines antropológicos.

“Éstos son los hombres civilizados que roban y asesinan y torturan y rezan y lo hacen todo en nombre de la “Ciencia”. Mi pobre gente no sabe que el meteorito que llevó Peary cayó de una estrella. Pero todos saben que hay que alimentar al hambriento y calentar al que tiene frío y cuidar a los desvalidos; y lo hacen. ¿No sería triste que olvidaran todo eso y se civilizaran y que cambiaran la bondad por la ciencia?”

En 1917, Minik volvió a Estados Unidos:

 “La vida dura y monótonas de la gente y las condiciones en que viven resultan monótonas para quien conoce el elevado estado de civilización de aquí. Habría sido mejor que no me hubieran educado. Eso me deja en un punto intermedio, donde parece que no puedo llegar a ninguna parte. Volver allí después de haber vivido en un país civilizado es como pudrirse en una cueva.”

Minik trabajó en una empresa maderera en una zona montañosa hasta que murió de bronconeumonía en 1918, cuando la gripe española asoló el mundo.

Pero antes que Minik, también una niña inuit había estado en los Estados Unidos, aunque ella había regresado al de poco tiempo. Al contrario que Uisaakassak (a quien los inuit no le creyeron sus historias del país civilizado y le marginaron tomándole por un farsante) y Minik, ella siempre se había negado a hablar del viaje a su vuelta. Decía que no sabía o no se acordaba. Un día que paseaba con una amiga inuit que iba a la región más meridional de Groenlandia, ésta le dijo de pronto:

“Cuando vayas al país de los blancos procura no absorber demasiado de su espíritu. Si lo haces, te hará derramar muchas lágrimas, pues nunca puedes librarte de ello”





Fuente: 


sábado, 24 de septiembre de 2011

Imagina el poder de la mente: la plasticidad cerebral.


“Cuando simplemente te imaginas haciendo algo, se activan las mismas regiones cerebrales que cuando realmente haces lo que habías imaginado. Lo que significa que la práctica mental puede ser eficaz. Si nos imaginamos corriendo, por ejemplo, puede influir en nuestra velocidad o la fuerza de nuestros músculos.” Sarah-Jane Blakemore, neurocientífica.


Fernando Bouffard perdió la vista por un infarto cerebral. Ceguera irreversible, le diagnosticaron.

Hoy, lee el periódico.

Pacientes que han sufrido un ictus o un traumatismo craneal, que les han causado una lesión en el cerebro pueden muchas veces recuperar esas funciones, aunque sea parcialmente. Y casi nunca es porque se cure la lesión, lo que ocurre es que el cerebro se reorganiza para seguir prestando sus funciones. Esta capacidad se llama plasticidad cerebral. Es una característica espontánea del cerebro.

“Las funciones cerebrales se generan a partir de redes de neuronas –explica Pascual Leone, neurólogo–. Es un cableado que se renueva y además se generan nuevas conexiones. Ante una lesión, el cerebro cambia. Es como si al ir de un punto a otro de la ciudad, un atasco invalida la ruta principal; el GPS busca una alternativa para llegar al destino. El cerebro hace igual: ante una lesión que invalida sus conexiones habituales, define otras. Pero siempre ha de caber una mínima posibilidad de conexión, igual que el coche no puede atravesar edificios. Y la ruta alternativa será más lenta o dificultosa”.

Me decían: ‘Piensa en colores: un campo de fútbol verde, el mar azul’… Yo pensaba que era como una lotería, pero lo hacía. Me decían que hiciera mentalmente, paso a paso, una intervención quirúrgica como las que practicaba cuando veía”, señala Bouffard.
Imaginar –explica Pascual Leoneactiva los mismos circuitos cerebrales que cuando se hace lo que se imagina. Es un modo de rehabilitación, de reforzar las conexiones neuronales”.

A veces, el cerebro se satura al no poder completar sus circuitos habituales (el cerebro tiene unos 10 billones de neuronas, y cada una es capaz de una media de 10.000 conexiones).Una manera de tratarlo es la terapia de ilusión visual, del espejo. Se usa un espejo para engañar al cerebro, hacerle creer que, por ejemplo, se mueven unas piernas paralizadas o un brazo invalidado. En realidad, lo que el cerebro ve es la proyección de unas piernas sanas o el reflejo del brazo sano moviéndose, pero así no se sobrecarga mientras reeduca sus circuitos.

“Lo que hemos visto en los últimos diez años –apunta Masdeu– es que las funciones cerebrales tienen una gran plasticidad, de modo que áreas cerebrales no dedicadas a una función, incluso alejadas, pueden activarse para que además de su trabajo, desempeñan esa función de la región lesionada. La plasticidad existe siempre, también en el cerebro sano.”

Sarah-Jane Blakemore, neurocientífica, añade:
“El desarrollo, los cambios y la velocidad en el número de conexiones celulares…todo va cambiando de forma natural durante décadas, o más incluso; y además, existe otro tipo de plasticidad que surge cada vez que aprendemos algo nuevo: cada vez que aprendemos una palabra nueva o un nuevo rostro, algo cambia en nuestro cerebro, la fuerza de las conexiones entre las células cambia… Y sabemos que podría seguir así para siempre… durante toda la vida.

“Uno de los primeros experimentos fue un estudio hecho en Londres sobre los taxistas londinenses. Allí, para llevar un taxi tienes que saberte no sé cuántos miles de rutas, creo que son unas veinticinco mil rutas... Tienes que aprendértelas todas de memoria. Así que se trata de personas con una memoria espacial prodigiosa. Ella los estudió y se fijó en la estructura y funciones de sus cerebros. Y lo que descubrió fue que, comparado con otros conductores, el hipocampo, que es una parte del cerebro que se encarga de la memoria y del aprendizaje espacial, era mayor en los taxistas comparado con otros conductores (...) Pero la cuestión es saber si esto tiene un impacto para cualquier otra habilidad, para todas las habilidades en general.”

Sea como fuere, la inteligencia, el desarrollo cerebral necesita del contacto con otros cerebros:

“Parte de mi trabajo se centra en el cerebro social, es decir, la complicada red que conecta las regiones cerebrales que se utilizan para que podamos interactuar con otras personas y entenderlas. Parece que las interacciones sociales están ahí desde el principio, desde el nacimiento, y son sumamente importantes para el aprendizaje y el desarrollo. Hay estudios en Estados Unidos que demuestran que los bebés aprenden mejor si lo hacen de una persona de carne y hueso que de una pantalla de televisión o de la grabación de una voz en una cinta.”

Imaginar, reeducar la mente, entrenarla… Todo esto que parece novedoso, los  maestros budistas lo saben bien, pertenece a la sabiduría que mantienen desde hace siglos… Sogyal Rimpoché, maestro tibetano escribe en su libro “Destellos de sabiduría”:


Los maestros de meditación budistas saben cuan flexible y maleable es la mente. Todo es posible si la entrenamos. De hecho, ya estamos perfectamente entrenados para tener celos, para aferrarnos, para estar angustiados y tristes, desesperados y anhelantes, entrenados para reaccionar coléricamente contra aquello que nos provoca. En realidad estamos entrenados en tal medida que estas emociones negativas surgen espontáneamente, sin que intentemos siquiera generarlas.

 Así pues, todo depende de la fuerza del hábito y del entrenamiento. Si consagramos la mente a la confusión, sabemos muy bien que se convertirá en una sombría maestra de confusión, experta en adicciones, sutil y perversamente elástica en sus esclavitudes. Consagrémosla a la tarea de liberarse ella misma del engaño y descubriremos que con tiempo, paciencia, disciplina y un entrenamiento adecuado, nuestra mente empezará a deshacer sus propios nudos

Lleva la mente a casa, vuelve la mente hacia el interior y derrámala  
como granos en una superficie plana: 
cada pensamiento y emoción es un grano 
que se asienta por su propia cuenta.”
 
Fuentes:



“Destellos de sabiduría” Sogyal Rimpoché

miércoles, 21 de septiembre de 2011

La mujer y la noche: los espacios que nos negamos.

"Creo que me cuesta ser consciente de los espacios que me niego. Lo tengo tan asimilado (por ejemplo pasear por la playa de noche sola) que me resulta dificil mencionarlo aquí. Recuerdo que Simone de Beauvoir comentaba que para ser un artista como Van Gogh o cualquier otro hombre y artista, las mujeres deberíamos tener la libertad de movimiento que los hombres han tenido, la libertad de moverse y perderse por las calles me refiero. Me parece que en muchos casos, esta limitación está incrustada en nuestro ‘estar en la vida’ Una especie de miedo atávico transmitido de abuelas a madres y a hijas, algo que en mi fuero interno lo denomino como "el síndrome de Caperucita Roja" Creo que para una mujer cobarde, como yo, esta limitación ha sido muy frustrante y dolorosa"

Mariasun Landa, escritora.

Teresa del Valle, antropóloga, explica que en realidad el miedo femenino a trasegar ciertos espacios no deviene de la configuración de éstos sino de su profunda instalación a través de mecanismos socializadores en la mujer desde la misma infancia. La noche se constituye a sí misma como tiempo y lugar del peligro, que se acrecienta en los espacios públicos donde se “desvanece la identidad personal para pasar a ser un mero objeto de agresión”. Desde ese punto de vista las mujeres son los transeúntes anónimos más expuestos a la intemperie en todo el sentido de la palabra, intemperie donde los otros, los hombres, se constituyen en los potenciales agresores.

En el libro "Perspectivas feministas desde la antropología social" explica: 

"Se trata de espacios que tienen que ver con recorridos y puntos de encuentro como son los caminos y los cruces. Están en el exterior y abiertos a que transiten cualquier tipo de personas y a cualquier hora del día. Pero se trata del espacio solitario en momentos de oscuridad sobre los que se ciernen imágenes de amenazas que nos hacen acelerar la marcha y agudizar los sentidos, y se da una condensación de miedos sobre los que actúa la imaginación con imágenes de relatos anteriores oídos en distintos momentos de la vida: unos como parte de narraciones infantiles, otros asociados a casos que se mencionan con frecuencia, y mediante los comentarios que hace la gente (hombres y mujeres) en una comunidad respecto a los lugares que se consideran seguros o inseguros para niñas y niños.

En una discusión sobre el tema con mujeres y hombres jóvenes, estos últimos manifestaban que en su mapa cognitivo cuando se encontraban de noche en un lugar solitario sí entraba la posibilidad de la agresión física, pero sin identificarla con la agresión sexual. Por el contrario, era el primer miedo que afloraba en el caso de las jóvenes. Aunque, en realidad, la agresión sexual ocurre con mucha mayor frecuencia en el espacio doméstico que fuera de éste.

Es evidente que hay mujeres que han superado ese miedo, se sienten seguras en la ciudad de noche, aun en lugares solitarios, y experimentan el espacio con libertad. Sin embargo, puedo afirmar que es dominante el sentimiento contrario, incluso entre personas comprendidas entre los veinte y los treinta años de edad. Logros obtenidos en el terreno educativo, laboral, reproductivo y sexual deberían haber incidido de manera positiva en la superación del miedo. Sin embargo, el peso de una socialización temerosa y el hecho de que en los medios de comunicación se hace mucho más hincapié en las agresiones sexuales que ocurren fuera que las que acontecen dentro del ámbito doméstico, influye en ello. Datos estadísticos muestran que la mayoría de los casos de violencia suceden en el ámbito doméstico y de éstos se denuncian sólo un porcentaje muy pequeño. El hecho de que se dé en el ámbito doméstico en una sociedad que sacraliza la familia y su intimidad, hace que la gente tenga dificultades para enfrentarse a su transgresión, por lo que niegan que exista.
En cuanto a la reflexión sobre la relación entre miedo y “no lugar” (parques, callejones, aparcamientos, suburbano) encuentro que el miedo se sitúa en el no lugar, en aquél donde al amparo de la oscuridad, de la noche, se da el anonimato. Allí donde se desvanece la identidad personal para pasar a ser un mero objeto de la agresión. La experiencia del miedo en un no lugar, bien sea real o imaginario, repercute en las generalizaciones que elaboran las mujeres en las que engloban a todos los hombres en el anonimato de “los agresores” por encima de identidades concretas, aquéllas que se generan en los lugares.

Alessandra Bocchetti, directora del Centro Cultural Virginia Woolf de Roma, afirma: "Tendré que comenzar a contar que le tengo miedo de noche, cuando estoy en la calle sola, y que ese sentimiento destroza lo que, de día, estaba ilusionada con haber ganado: emancipación, seguridad en mí misma, control sobre mí misma; que la noche es mi viaje en el tiempo en el que reencuentro el mismo miedo de todas las mujeres que me han precedido; entonces me doy cuenta de lo terriblemente frágil que es todavía mi historia. Por la noche, cuando los hombres devienen sólo hombres y las mujeres devienen sólo mujeres, se me revela el último sentido, quizá el más profundo, de la relación entre los sexos que pertenece a nuestra cultura."

Del Valle continúa: Sería interesante explorar si posteriormente esos miedos han influido en coartar decisiones, pasos hacia adelante. No me refiero con ello a incursiones psicoanalíticas, sino verlo por medio de datos de la historia de vida y siempre en relación con si para la mujer esos miedos han incidido positivamente o de forma negativa en su autoestima, en una experiencia liberadora o no.
El miedo a la agresión física constituye un elemento considerable en la formación de los mapas afectivos de los individuos. Estos datos son importantes a su vez a la hora de plantear un análisis de una ciudad de cara a erradicar la inseguridad ciudadana. Para la superación del miedo es clave la identificación de sus orígenes.  Si, como se ha recalcado anteriormente, mucho de ello proviene de la socialización, todo ello debe abarcar a personas de distintas edades y a mujeres lo mismo que a varones, y se haya en el conocimiento de lo que han supuesto las experiencias positivas de recorrer espacios, de familiarizarse con la soledad, sentirse a gusto en la noche. Hay múltiples narrativas que nunca se han incorporado a partir de viajes en solitario o en grupo, recorridos celebrados de ocios nocturnos, experiencias de trabajo que incorporan recorridos inusuales, descubrimientos de lugares, superación de miedos. Curiosamente, esa memoria que también ha pasado por la experiencia corporal ha quedado marginada; mientras que la otra, la del miedo, sobresale de continuo y se enriquece en la transmisión."

Los tuareg del Sahara, los pigmeos Mbuti del bosque Ituri, los jíbaros de América del Sur y los Mungo Nkundo de África son sociedades en las que la antropóloga Peggy Reeves Sanday no encontró casos de violación a mujeres. También en las sociedades matrilineales como la Minangkabau de Indonesia.
“En las sociedades donde la naturaleza se considera sagrada, la violación sucede excepcionalmente”

“En las sociedades libres de violaciones las mujeres son tratadas con un considerable respeto y las actitudes de las personas sobre el medio
ambiente son más de respeto que de explotación”

“Donde los varones están en armonía con su entorno, las violaciones apenas existen”


En estas culturas, las mujeres no tienen miedo de la violación cuando salen solas. 


La antropóloga Maria-Barbara Watson-Franke cuenta que cuando ella confesó a su guía Guajiro (América del Sur) que tenía miedo de caminar por la noche en el desierto, ésta le dijo que ella sentía lo mismo. Pero cuando la antropóloga le contó cómo un hombre le había atacado una vez en Europa, la mujer Guajiro le miró sorprendida: "¿Tienes miedo de la gente? Oh no, nada de eso!. Pensé en las serpientes!"

Dolores Juliano explica que también se trata de la defensa. "Entre los saharauis la costumbre es que cuando una pareja se casa, se quedan a vivir con la familia de la mujer, hasta que nace el primer bebé. Imaginaros a un saharaui malvado en una haima rodeado de sus suegros, sus cuñados, los hermanos de la mujer y todos los parientes de ella. Objetivamente, es imposible. La matrilocalidad es una defensa ante el maltrato. Además utilizan también el divorcio. El maltrato no se acepta socialmente."

En Occidente, la violación es un fenómeno en la escala mayor, como se muestra en varios estudios. En los Estados Unidos, hay aproximadamente 200.000 víctimas de violación (de más de 12 años) por año. 

Señal en Mexico, un poco manipulada..


Fuentes:
http://148.202.18.157/sitios/publicacionesite/pperiod/laventan/Ventana9/ventana9-1-1.pdf
www.sdp.gov.co:8080/cieeie/index.php/biblioteca.../doc.../280-cap3.html
http://issuu.com/mireyinn/docs/la_ciudad
https://www.youtube.com/watch?v=_IZQ-eneyuM

domingo, 18 de septiembre de 2011

Los Pirahã de lengua extraña y el misionero que se hizo ateo.

"Los pirahã tienen una lengua sin números, sin pronombres, sin colores, sin tiempos verbales, sin oraciones subordinadas y con sólo ocho consonantes (siete en el caso de las mujeres) y tres vocales"
“Restringen la comunicación a la experiencia inmediata”
“No hay entre los Pirahãs memoria individual o colectiva más allá de dos generaciones y ninguno es capaz de recordar los nombres de sus cuatro abuelos”
“Nadie debería extraer la conclusión de que el lenguaje Pirahã es primitivo. Tiene la morfología verbal más compleja de la que yo sea consciente. Los Pirahã son la gente más brillante, agradable y divertida que conozco.       
Daniel Everett, lingüista exmisionero, actualmente ateo.


La historia comienza así: Un misionero cristiano es enviado al Amazonas, a la ribera del río Maici, para aprender la extraña lengua de una tribu de más o menos 200 personas y así poder predicar. 

Se dedica a investigar la lengua y cultura de la tribu. Años más tarde descubre que la lengua que esta estudiando no es una lengua cualquiera: una lengua sin números, sin pronombres, sin colores, sin tiempos verbales, sin oraciones subordinadas y con sólo ocho consonantes (siete en el caso de las mujeres) y tres vocales, los pirahã se comunicaron con el misionero durante 25 años que duró su estancia entre ellos. Esta experiencia cambia sustancialmente la manera de pensar del misionero: no sólo abandona la prédica religiosa, sino que se hace ateo después de las irrupciones de los indígenas por probar empíricamente lo que el religioso predicaba. Su mujer se divorció de él, y los misioneros le retiraron el subsidio.

Bueno, aunque parezca mentira, nada de esto es ficción: el nombre del protagonista de esta historia es Daniel Everett y la lengua de la que estoy hablando es la lengua Pirahã.

Si quieres conocer en profundidad las aventuras de Dan en el Amazonas, puede comprar su reciente libro Don’t Sleep, There Are Snakes: Life and Language in the Amazon Jungla. (“No duermas; hay serpientes”, la forma de los pirahã para decir buenas noches).También se puede optar por esperar al estreno de la película, por cuyos derechos ya hay tratativas…

¿Pero es tan especial esta lengua?

La lengua pirahã es una lengua aislada. Esto quiere decir que ya han dejado de hablarse las lenguas que estaban emparentadas con ella. Este caso no es único, por ejemplo el vascuence es también una lengua aislada.
Es una lengua que se puede silbar: también se comunican silbando, especialmente cuando van de caza, al igual que hacían los habitantes de la isla La Gomera.

Sobre los pocos fonemas (ocho consonantes y tres vocales), puede parecer increíble que todo un idioma pueda construirse con un número tan escaso de letras. Ellos tienen tres vocales y nosotros cinco, sí. Pero no está de más recordar que el catalán tiene ocho. Y que el latín tenía diez. Aun así, sí, es cierto que es increíble que con once fonemas se puedan construir infinitos mensajes. ¿Pero no es igual de increíble que cualquier idioma pueda transmitirse en lenguaje binario, un idioma con sólo dos «fonemas»: cero y uno? Sin ir más lejos, es el idioma que utiliza la red para traducir tus pensamientos a tu ordenador.

En cuanto a los colores, Dan Everett se muestra escéptico con sus propias afirmaciones. Por lo visto se sospecha que los pirahã toman como una especie de broma el hacer creer a los investigadores que no distinguen los colores.

¿Y qué pasa con los números? Es extraño, ciertamente, que los pirahã carezcan del número dos y del número tres. Pero en esloveno, por ejemplo, existe el número dual. Esto es: los eslovenos tienen un morfema especial para hablar específicamente de «dos perros». Seguramente, un esloveno encuentra increíble el hecho de que nosotros no tengamos más manera de hablar de dos perros que añadiendo otra palabra al plural (en este caso, el número «dos»). Además, el hecho de que los pirahã distingan entre un pez (hoy) y varios peces (Hoi) prueba que en su sistema conceptual existe el número, y el que sepan duplicar un montón de exactamente cinco frutas demuestra que la carencia del número cinco en su léxico no les priva de dicho número en su mente.

Puede ser que en occidente estemos demasiado acostumbrados a las lenguas estándar medias europeas, ya que prácticamente todas proceden de una protolengua común, el indoeuropeo, y porque una parte enorme del léxico de todas procede de fuentes latinas o griegas. Según Everett, los pirahãs no requieren recursión (oraciones subordinadas: realizar frases complejas, una dentro de la otra) porque se limitan a referir cosas inmediatas (sólo hacen referencia a eventos y cosas que han visto o presenciado ellos mismos o alguna persona otra persona que conozcan), para lo que les basta y sobra con cláusulas simples. Quizás sea esa la razón por la que no hacen uso de la recursividad.
"¿Quién creó las cosas?", les preguntó Everett. "Todo es lo mismo", respondieron los indios, queriendo decir que nada cambia y por lo tanto nada fue creado.

Bien claro, ¿no?

El eurocentrismo puede que nos ciegue a la hora de darnos cuenta de que quizás la lengua de los pirahã no sea tan extraña, sino simplemente diferente. Y que todo tiene su contexto. Según Everett, tras ocho meses de lecciones, los propios Pirahã abandonaron: ninguno fue capaz de contar más de tres, ni responder correctamente a sumas de uno más uno o tres más uno. Tampoco fueron capaces de aprender otro idioma que no fuera el suyo. "Tenemos la cabeza diferente", dijeron entonces los indios. Tan diferente, que se llaman a sí mismos "cabezas rectas", mientras los extranjeros son para ellos "cabezas torcidas".

“Los Pirahã son la gente más brillante, agradable y divertida que conozco. La ausencia de ficción formal, mitos, etcétera, no significa que no jueguen, mientan o no puedan hacerlo. De hecho, disfrutan mucho haciéndolo, particularmente a mis expensas, siempre con buena intención” dice Everett.

¿Quien nos dice que lo que hace únicos a los pirahã no sea el bromear a costa de un cabeza torcida testarudo vendedor de otros dioses durante 25 largos años?

O quizás nosotros seamos los cabeza torcidas capaces de catalogar otra cultura ancestral en un producto exótico y llamativo para el mercado (Noam Chomsky y sus discípulos así lo temen) y deseamos que toda la humanidad tenga la cabeza como la nuestra, torcida.

De todas formas, hasta que no vuelvan a estudiar esa tribu, no podremos saberlo. Mientras, tenemos la experiencia de este hombre que, sea como fuere, vivió con ellos 25 años y cambió drásticamente sus creencias: se hizo ateo.



“-¿Jesús es moreno como nosotros o es blanco como tú?
- No sé, no lo he visto
- ¿Qué dijo tu papa? Porque tu papa seguro que lo vió.
- No, él nunca lo vió.
- Oh, ¿y tus amigos que lo vieron que dicen?
- No, en realidad no conozco a nadie que lo haya visto.
-  ¿¿¿Entonces para qué nos hablas de él???”




jueves, 15 de septiembre de 2011

La caza del consumismo y la tónica (con sabor a nada).

Antes persistía la separación entre el cazador y la presa. Con la sociedad de consumo, la barrera se difumina o se interioriza. Todos somos a la vez cazadores y cazados. O, mejor dicho, todos somos cazadores verosímiles y verdaderos cazados. Somos cazados mientras creemos que estamos cazando.

Lo teológico-religioso nos hizo pecadores, lo político-jurídico delincuentes, lo publicitario nos hace extraviados o extravagantes. Siempre moldeados, medidos, primero por la moral, luego por la ley, al fin modulados por la moda.

Jesús Ibañez. Sociólogo. 

Todos los productos de la sociedad de consumo tienen una estructura de señuelo: imitación de la forma exterior (superficial) de un producto original, con un contenido (profundo) que nada tiene que ver con él. ¿Qué tiene que ver con la naranja un refresco de naranja (aún tal cual, sin burbujas)? 
Lo mismo pasa con los plásticos: planchas en cuya superficie se pintan exageradas vetas de madera, fibras que imitan la textura del algodón (poliésteres) o de la lana (acrílicas)… 
Son signos. 
La carne que compramos va inyectada de agua (cuando está entera) está mezclada con patata o proteína texturizada de soja (cuando está picada o embutida) Sólo es carne en el aspecto exterior, superficialmente. Vivimos en casas que sólo tienen de piedra y de ladrillo finas capas superficiales: el parquet de nuestros suelos o la madera de nuestros muebles son delgadas capas que recubren un fondo amorfo. Todos somos, todos los días, cazados.



La especie humana es un producto de la caza: la forma del cuerpo humano y las instituciones de la sociedad humana son producto de la actividad cazadora. En una primera etapa la caza es una simple captura: para comer su carne, vestirse con su piel, hacer herramientas o aprovechar su fuerza de trabajo y van cambiando su entorno a medida que la reserva se agota. Su éxito depende del azar de la presencia y de la captura, de la presa. 
En una segunda etapa, la captura se dobla con la crianza: otras especies son domesticadas, producidas y reproducidas en condiciones tales que no pueden evitar su destino de presas. Con la propiedad terminan el “salvajismo” y la “barbarie” y empieza la historia (o la historia natural se hace social, política) Los hombres se “civilizan”,se asientan en ciudades, entornos apropiados con instituciones. Se amplía el repertorio de especies cazables: la especie humana será en adelante la presa privilegiada. Es la lucha de clases: motor de la Historia. Una parte de la especie (la clase dominante) se hace técnica y cotidiana.


Antes persistía la separación entre el cazador y la presa. Con la sociedad de consumo, la barrera se difumina o se interioriza. Todos somos a la vez cazadores y cazados. O, mejor dicho, todos somos cazadores verosímiles y verdaderos cazados. Somos cazados mientras creemos que estamos cazando.



Consumimos signos de consumo a cambio de conformarnos con el poder: poder que ya no es de unos sobre otros, sino una máquina impersonal que se abate contra todos. Ya no cabe el enfrentamiento con un poder que no tiene rostro: intentar enfrentarse a él es entrar en su terreno, perder el rostro: pactar.



En su actividad de cazadores, los hombres han usado siempre cebos o señuelos. Los animales (y los hombres entre ellos) no perciben las situaciones y las cosas con todas sus determinaciones materiales, sino sólo “signos” de ellas. El cebo es la sustitución de una situación o cosa por sus signos, por el simulacro de ella. En la sociedad de consumo todos los productos del mercado evolucionan hasta convertirse en meros simulacros de sí mismos. Se quedan con lo real y nos dejan los sueños.



Analicemos un caso.


Hubo un tiempo en que se obtenía una bebida refrescante y nutritiva exprimiendo naranjas a mano. Esto sólo era posible en el lugar o en el momento de presencia de la naranja que, para mas INRI, frutece en invierno. La solución que se les ocurrió a algunas ingeniosos empresarios fue el envasado del zumo obtenido: lo que aún se llama zumo de naranja “natural” (hay que llamarlo natural para ocultar el hecho de que no lo es, pues tiene conservantes químicos y su sabor y valor nutritivo están alterados) Es una solución técnica: permite al consumidor disponer de la bebida en cualquier punto del espacio tiempo, permite al fabricante extender su negocio por toda la superficie del espacio-tiempo. En este momento entran las multinacionales, y escamotean la materia naranja: reducen esa materia disolviéndola en agua y como compensación refuerzan su fórmula (color más anaranjado, más sabor, burbujas que simulan la vida que el producto ya no tiene…) Es el “refresco de naranja”. En una segunda operación, eliminan esa materia y sólo queda la forma de la naranja: es el "refresco con sabor a naranja” De la naranja ya no queda nada, nada. Pero no termina ahí la cosa. El consumidor puede recordar  la naranja. Pero aparecen refrescos con sabor a cosas cada vez más distantes de la naranja, hasta que ya no recuerdan a nada. Refresco con sabor a nada: también llamado tónica. El refresco de cola ya no tiene ni referente natural.

Desaparecen todos los materiales: de la sopa de pollo, pasando por la sopa enlatada o en sobres, a la serie de los sopicaldos a base de glutamato monosódico. Del jamón, pasando por el jamón cocido y el aglomerado de jamón, a la serie de los fiambres a base de proteína texturizada de soja. Del algodón y la lana, pasando por el algodón y la lana tratados y regenerados, a la serie de las fibras…


La publicidad recrea el mundo: crea una simulación imaginaria del mundo real para que nos recreemos en ella. Opera sobre los consumidores operando sobre los productos, productos transformados en metáforas que transforma a los consumidores en metonimias: clasificados, ordenados y medidos por las marcas que consumen, para que circulen por la red que balizan los productos imaginarios.

Una red donde el capital reduce lo sólido a lo fluido, para que circulen las cosas y las personas: un capital es solvente cuando es liquidable. Los productos "con" son sustituidos por productos "sin" (light). Las personas "con" (competentes) son sustituidas por personas "sin" (disponibles). Una persona competente hace bien unas pocas cosas, una persona disponible hace (mal) cualquier cosa (hace lo que le mandan, cuando, donde, como se lo mandan) El conjunto vacío es parte de cualquier conjunto: lo que es nada sirve a todos para todo.

Pero haga lo que haga, hará mal, estará en deuda. Lo teológico-religioso nos hizo pecadores, lo político-jurídico delincuentes, lo publicitario nos hace extraviados o extravagantes. Siempre moldeados, medidos, primero por la moral, luego por la ley, al fin modulados por la moda.


Así termina la historia del cazador. Ya nada queda por cazar, está cazado todo lo cazable. La especie humana sólo puede seguir su camino renunciando a la caza, por una relación simbiótica entre los hombres y la relación simbiótica con la Naturaleza. Pero ¿cómo desmontar la máquina?

La máquina capitalista está destinada a acabar funcionando en vacío. La huida (“paren el mundo que me quiero bajar”) no resuelve nada: los hippies atraen al turismo (los turistas se deleitan contemplando su putrefacción y compran productos como recuerdo) El enfrentamiento desesperado (Guevara, Puig…) nos consuela más su admiración (¡esos posters!) que nos moviliza su imitación.



No existe un camino (económico, militar, político o cultural) para la libertad. HAY QUE ROMPER LA RED. Pero para romperla valen todos los caminos, porque sus nudos son de naturaleza diferente. No hay camino exclusivo. Ha muerto la Revolución (el sueño revolucionario) pero en la nueva vigilia (estad atentos para no caer en las trampas del señuelo) se abre un campo efectivo, descentrado y plural…



...de revoluciones.



"En la sociedad de consumo todos los productos del mercado evolucionan hasta convertirse en meros simulacros de sí mismos. (...) Con el fin de la producción ha terminado el imperio del sentido: ya nada tiene sentido, ni orientación ni finalidad , la biografía individual ya no es una “carrera” orientada hacia una meta, ni la historia universal es un camino de progreso. Los anuncios, por ejemplo, no nos hablan de los productos: sólo nos muestran el grupo de consumidores, al comprar un producto de marca somos marcados como miembros del grupo de consumidores de marca". (Ibáñez, 1994b: 5, 50)
Fuentes:
Ibáñez, Jesús (1994b). Por una sociología de la vida cotidiana.

Textos de Jesús Ibañez:
http://dftuz.unizar.es/a/files/left-gen/95001.htm
http://www.nodo50.org/ekintza/article.php3?id_article=240
http://colaboratorio1.wordpress.com/2009/01/15/la-creacion-juego-de-distinciones-jesus-ibanez/
http://es.scribd.com/doc/16570677/Ibanez-Jesus-Primera-ley-de-la-ecologia-1986
http://divergencias.typepad.com/divergencias/2005/12/las_traduccione.html
http://reis.cis.es/REISWeb/PDF/REIS_029_05.pdf
http://colaboratorio1.wordpress.com/2008/02/12/libertad-y-orden-jesus-ibanez/
http://es.scribd.com/doc/16570684/Ibanez-Jesus-Hacia-un-concepto-teorico-de-explotacion-1991
http://books.google.es/books?id=-urJI-Mq-ioC&lpg=PA18&ots=vtTOK2FQe7&dq=jesus%20Iba%C3%B1ez%20pol%C3%ADtica&pg=PP1#v=onepage&q&f=false



lunes, 12 de septiembre de 2011

Martes 13: el origen de las supersticiones.


“La conducta supersticiosa se asocia con actividades imprevisibles y en las que el resultado es importante. (...) se convierten en una profecía autocumplida, en la que proporcionan al individuo la ilusión del control. Esto vacuna hasta cierto punto al individuo contra el estrés que provoca la incertidumbre.” 

Bruce Hood, psicólogo, autor del libro “Supersentido, por qué creemos en lo increíble”


Las supersticiones, como dice Hood, son las consecuencias de una locura habitual que duermen en nuestro razonamiento intuitivo. Y no hay que tomarlas como algo vanal, porque son el origen de muchas de nuestras costumbres (el lapiz de ojos, el salario, la tenencia de mascotas…) y provienen de diversas culturas. 

Loki y su invento, la red de pesca.
La inquietud relacionada con el número trece es la que hoy en día afecta a más gente. Los franceses, por ejemplo, nunca dan a las señas de una casa el número trece. En Italia, la lotería nacional lo omite. Las líneas aéreas internacionales saltan ese número en las filas de asientos de los aviones. En los Estados Unidos, los modernos rascacielos, comunidades de propietarios y edificios de apartamentos dan al piso que sigue al 12 el número 14.
 
Esta superstición se remonta a la mitología nórdica en la era precristiana. A un banquete en el Valhalla fueron invitados doce dioses. Loki, el espíritu de la pelea y del mal, se coló por las buenas, con lo que el número de los presentes llegó a trece. En la lucha que se produjo para expulsar a Loki, Balder, el favorito de los dioses, encontró la muerte.

Y aquí no acaba la cosa: Trece eran los comensales en la Última Cena de Jesucristo, en la Cábala judía se enumeran 13 espíritus malignos, en el Apocalipsis el anticristo llega en el capítulo 13, y en el Tarot este número hace referencia a la muerte.

¿Y el martes 13? Porque es el día de la semana dedicado a Marte, el dios romano de la guerra, la sangre y la violencia, que también dio nombre a nuestro vecino planeta rojo.

Así, desde tiempos medievales, en España y Grecia, y también en Latinoamérica, se considera que la coincidencia del día del dios de la guerra y la muerte con el número de la muerte traen "mala suerte". "En trece y martes, ni te cases ni te embarques" dice un refrán.
 
El mal de ojo también se encuentra en todas las culturas. Una de las teorías más aceptadas por los folkloristas se refiere al fenómeno del reflejo en la pupila. Al mirar a los ojos de una persona, nuestra propia imagen, minúscula, aparecerá en la parte oscura de la pupila. y, de hecho, nuestra palabra “pupila” procede de la palabra “pupilla”, que en latín significa “muñequita”.
Los egipcios tenían un curioso antídoto contra el mal de ojo: el kohl, el primer cosmético de la historia. El lapiz de ojos. Unos círculos de pintura oscura alrededor de los ojos absorben la luz solar y, por consiguiente, minimizan el reflejo en el ojo. Este fenómeno les es familiar a los futbolistas y jugadores de béisbol, que se aplican una grasa negra debajo de cada ojo antes del partido. Los antiguos egipcios, que pasaban largo tiempo bajo la cruda luz del desierto, pudieron haber descubierto por su cuenta este secreto, e ideado esta máscara, no primordialmente con fines de embellecimiento, como suele creerse, sino para otras finalidades de tipo práctico y supersticioso.

Para los romanos, la sal era un elemento tan valioso para condimentar las comidas como para curar heridas, y por tanto acuñaron expresiones en las que se utilizaba esta palabra. “No vale su sal” como oprobio para ciertos soldados romanos, a los que se les daban estipendios especiales para sus raciones de sal, llamados salarium —“dinero de sal”, origen de nuestra palabra “salario”. Por eso da mala suerte derramar sal (y parece que también el salario a fin de mes)
 
Otra manía nuestra en relación con la buena suerte es la costumbre de tocar madera. Una costumbre que data de hace 4.000 años y que iniciaron los pobladores de Norteamérica. Pero históricamente el árbol que debía tocarse era un roble. Más tarde, fue venerado entre los griegos. Ambas culturas, al observar que el roble era alcanzado frecuentemente por el rayo, supusieron que era la morada del dios de algún dios de los cielos (según los indios) y del dios del rayo (según los antiguos griegos).  En Europa, durante la Edad Media, los eruditos cristianos aseguraban que la superstición de tocar madera se originó en el siglo I, y procedía de que Cristo fue crucificado en una cruz de madera. Sin embargo, esta costumbre más bien modificaría y reforzaría una creencia pagana mucho más antigua.
 
Pero si hay una cosa que muchas personas creen que trae mala suerte es romper un espejo. Es una de las más extendidas supersticiones todavía existentes, como portadoras de mala suerte. Se originó mucho antes de que existieran los espejos de vidrio. En el siglo VI antes de Cristo, los griegos habían iniciado una práctica de adivinación basada en los espejos y llamada catoptromancia, en la que se empleaban unos cuencos de cristal o de cerámica llenos de agua. Se suponía que revelaba el futuro de cualquier persona, cuya imagen se reflejara en la superficie del mismo. Los pronósticos eran leídos por un «vidente». Si uno de estos espejos se caía y se rompía, la interpretación inmediata del vidente era que la persona que sostenía el cuenco no tenía futuro 

Según la tradición, Dunstan, herrero de profesión pero que llegaría a ser arzobispo de Canterbury en el año 959, recibió un día la visita de un hombre que le pidió unas herraduras para sus pies, unos pies de forma sospechosamente parecida a pezuñas. Dunstan reconoció inmediatamente a Satanás en su cliente, y explicó que, para realizar su tarea, era forzoso encadenar al hombre a la pared. Deliberadamente, el santo procuró que su trabajo resultara tan doloroso, que el diablo encadenado le pidió repetidamente misericordia. Dunstan se negó a soltarlo hasta que el diablo juró solemnemente no entrar nunca en una casa donde hubiera una herradura colgada sobre la puerta.
 
El temor a los gatos, especialmente a los negros, surgió en Europa durante la Edad Media, particularmente en Inglaterra.  Los gatos callejeros eran alimentados a menudo por ancianas pobres y solitarias, y cuando se propagó en Europa una oleada de histeria, en la que muchas de esas mujeres carentes de hogar fueron acusadas de practicar la magia negra, los gatos que les hacían compañía —especialmente los negros— fueron considerados culpables de brujería por asociación de ideas.
 
Otra de las supersticiones que, además de traernos mala suerte nos puede perjudicar, es la de pasar por debajo de una escalera. Una escalera apoyada en una pared forma un triángulo, figura considerada desde largo tiempo, por muchas sociedades, como la expresión más común de una trinidad de dioses. Por ejemplo, las tumbas piramidales de los faraones se basaron en planos triangulares. De hecho, pasar una persona corriente a través de una entrada triangular equivalía a desafiar un espacio santificado.
 
Dicen que la persona que persigue la buena suerte, debiera llevar consigo la pata de un conejo. Su origen está en la antigua creencia de que cada pueblo descendía de un animal, que no podía ser cazado ni comido, son los totems. Todavía seguimos esta costumbre a través de las mascotas, de los equipos deportivos por ejemplo. En cuanto al conejo, los celtas, creían que este animal pasaba tanto tiempo bajo tierra, porque mantenía una comunicación secreta con el mundo subterráneo de los númenes. Así que el conejo disponía de una información que a los seres humanos les estaba negada. Y el hecho de que la mayoría de los animales, entre ellos el hombre, nazcan con los ojos cerrados, en tanto que los conejos llegan al mundo con los ojos abiertos de par en par, les confirió una imagen de sabiduría. 
(En realidad, es la liebre la que nace con los ojos abiertos porque el conejo lo hace con los ojos cerrados, pero esto no tiene porque saberlo nuestra buena suerte)

"Cuando usted cree en cosas que no entiende, usted sufre."


Fuente: "Las cosas nuestras de cada día" de Charles Panati